¿A quién admiras?

Todos necesitamos un héroe. Hasta los héroes necesitan un héroe.

Cuando fuimos bebés necesitábamos que alguien nos guiara a dar los primeros pasos, a alguien que nos enseñara a decir las primeras palabras. De niños, fue necesario que alguien nos mostrara las reglas básicas de la gramática, de la matemática y de la ciencia. Luego, como dijo Franco de Vita, necesitamos que alguien nos hablara de sexo.

¿Dónde dejamos las enseñanzas sobre finanzas, hablar en público y relaciones interpersonales? En cada etapa de la vida hemos necesitado de un guía, una maestra, alguien que nos dé la clave para el éxito de la vida.

Estos héroes nos marcaron para bien o mal, pero nos marcaron. ¿Acaso no tienes un recuerdo de tu héroe de infancia?

Nunca olvidaré una toalla que me dieron con la S de Superman. Me la colocaba en la espalda sujetando las esquinas y pretendía volar. También hice la figura de un arma queriendo ser un soldado indestructible. ¿Fuiste alguna vez un ave o un conductor de Fórmula 1? Todos admiramos a alguien, real o ficticio, pero en nuestra mente era real.

Y así crecimos. Nos desarrollamos. Nos hicimos grandes.

Y ahora, ¿quién es nuestro héroe?

Si eres emprendedor, quizás sea Warren Buffet. Si eres mamá que se queda en casa, quizás sea Marie Kondo. ¿Eres empresario? ¿Atleta? ¿Político? ¿Quién es tu héroe?

¿Y si eres cristiano? ¿Quién es tu héroe?

Los clichés de Jesús, Pablo, David y Josué ya están algo gastados. Pero si nos venimos a los tiempos modernos ¿a quién nombrarías?

Recientemente en redes sociales, especialmente e Twitter, se ha levantado una discusión sobre ciertas personas admirando a un predicador de Estados Unidos, a quien alguien de sus seguidores dijo que “el 5% de su aporte al evangelio es más que todo el mundo evangélico desde la era apostólica”.

Todos admiramos a alguien, real o ficticio, pero en nuestra mente es real.

La defensa de personas en el evangelio no es nueva. Pablo abordó el tema cuando algunos le informaron de rivalidades cuando decían “«Yo sigo a Pablo»; otros afirman: «Yo, a Apolos»; otros: «Yo, a Cefas»; y otros: «Yo, a Cristo».”

Y si eso era en aquel entonces ¡¿Cómo no vamos a estar divididos hoy?!

Con tantos líderes/celebridades que se levantan a cada momento y su mensaje que se viraliza gracias a las redes sociales, el universo de héroes de la fe es cada vez más diverso. Hay para cada fantasía, para cada sueño. Cada uno con su súper poder. Cada uno con su fan page y su fan base.

Por supuesto que no está mal admirar a alguien. Todos admiramos a alguien, real o ficticio. Pero la admiración tiene su límite, su tiempo de vida, su fecha de expiración. La admiración debe terminar cuando en nuestra mente empieza a ser real.

Revisemos nuestras conversaciones y veamos qué tan frecuente mencionamos a alguien o algo. Revisemos nuestros chats y veamos qué tan frecuente recomendamos las prédicas de alguien. Revisemos nuestras redes sociales y veamos qué tan seguido compartimos los artículos de cierto autor u organización. Pero más importante, revisemos nuestro corazón. ¿Qué sentimientos afloran cuando “queremos defender” a nuestro héroe? ¿Cómo termina la conversación con los demás?

Quizás en nuestra mente obtenemos una insignia de “Defensor En Jefe”, o de “Miembro élite de defensa”, pero créeme, eso no es real, nuestro defendido no se enterará de lo que dijimos y no recibiremos nada a cambio.

Ahora, aquí va una verdad.

Una y otra vez veremos a nuestros héroes caer, perder su fuerza y ser vencidos por su criptonita. Su humanidad será evidenciada. ¿Qué haremos entonces? Quizás nos decepcionemos, como cuando de niños nos ofrecieron ir de vacaciones y solo fue una mentira. Quizás los rechacemos. Vamos a querer distanciarnos de ese humano con naturaleza pecaminosa, de ese humano.

Todos admiramos a alguien, real o ficticio y en nuestra mente pueda que sea real.

Cuando nuestros héroes nos fallen, allí estará Dios, con sus brazos abiertos para recibirnos y ayudarnos en los momentos que más lo necesitemos. Dios no falla, nuestro corazón sabe que es real.

Compártelo