¿Has dudado de Dios alguna vez?

¿Alguna vez te has sentido presionado a hacer algo?

Creo que todos hemos experimentado esa sensación de casi impotencia y tener que hacer algo. Ya fuera una tarea sencilla de niños, o algo más complejo de adultos. Y si llevamos esta idea al ámbito cristiano, ¿has pasado por algo similar?

En medio de una enfermedad, tener que creer por una sanidad.
En medio de un proceso de escases, tener que creer por provisión.
En medio de la muerte, creer en la vida eterna.

Me he encontrado en muchas situaciones donde los mismos creyentes empujamos a otros a “creer” más con la famosa frase “tenga más fe”. Pero como he escrito anteriormente, simplemente no se puede tener más fe de la que ya se tiene. Principalmente porque la fe viene de Dios y es dada a cada uno por individual según la medida que él ha decido darnos.

Por eso, hay personas que se les hace fácil creer – y algunas veces recibir- casas, carros, aviones. Otros reciben sanidades, provisión diaria sobrenatural. Pero todos en algún momento carecen de algo y esa carencia se mide con la regla de las respuestas que han recibido.

«¿Cómo es posible que ande en esa condición si todo lo que Dios le ha dado?», preguntan algunos.
«¿Y no que es líder pues?», añaden sin compasión.

Pero recientemente leí un pasaje tan famoso, casi como Juan 3:16.

Es la historia final que Mateo cuenta en su evangelio, lo que muchos han denominado La Gran Comisión.

Dice Mateo 28:16 que “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había indicado. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo:

—Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.”

Muchos entendemos que hemos sido llamados a hacer discípulos de otros, y de allí nacen los grandes ejemplos de evangelización. Pero lo que vi me llenó de consuelo y fortaleza.

Situémonos históricamente en el relato. Luego de 33 años, Jesús había sido crucificado y resucitado recientemente. Milagrosamente se les había aparecido a muchos y eso los había llenado de asombro e incertidumbre.

El relato inicia con el cumplimiento de una orden: los discípulos fueron a la montaña que Jesús les había indicado. Luego de todo ese sube y baja de emociones, Jesús les da una orden a sus discípulos y ellos obedecen.

Al verlo hicieron dos cosas que muchos hacemos y no reparamos en ello: lo adoraron pero dudaron. No todos, pero algunos sí.

¿Alguna vez te has encontrado adorando y dudando? ¿Orando, pero sin creer? ¿Predicando, pero sin estar convencido?

La acción de Jesús es la que me llena de esperanza.

No es una acción normal para los seres humanos. Cuando alguien cercano a nosotros nos hace algo que pone en duda lo que somos, o lo que dijimos, o lo simplemente duda de nosotros, tendemos a ofendernos y alejarnos.

Pero Jesús se acercó. Al ver que algunos lo adoraban, pero dudaban, Jesús se acercó. ¿Por qué?

Quizás porque él nos entiende cuando dudamos. Nos entiende cuando no tenemos fe. Nos entiende cuando no llenamos las expectativas.

Tenemos a un Salvador que nos entiende en todo, “uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado.” Jesús nos entiende en nuestra debilidad, y lo mejor es que no nos rechaza, sino que se acerca a nosotros.

El relato continua con otra gran lección. Jesús no solo no los rechaza, les da una tarea. ¿Cómo es que dudan de él, y él les da una comisión? Es que así es nuestro Dios, amoroso. Es como decir: dudas de mí, pero te amo tanto que quiero que me representes.

Y como hay duda, lo que les dice tiene mucho peso: Se me ha dado toda autoridad. Es decir: “Yo soy el fuerte”, “Yo soy el que puede”. Quizás lo que Jesús quería es que supieran que, aunque dudaban, él seguía teniendo la autoridad. Nuestra duda no le resta poder a Dios. Nuestra falta de fe no le quita la importancia a Dios. Al contrario, nuestra duda hace más grande a Dios, porque aun dudando, él se glorifica. En nuestra debilidad él se perfecciona.

Jesús los envía, en su nombre, en su poder, en su autoridad.

¿Qué nos ha mandado hacer Dios? ¿Qué encargo tenemos de Dios? No lo hagamos en nuestras capacidades, sino en las de él.

Y, por último, una promesa sella el amor de Dios: estaré con ustedes siempre.

Nuestra duda no aleja a Dios, al contrario, lo acerca. No nos rechaza por dudar, sino que confía en nosotros que hagamos algo por él. Y vaya si no los discípulos hicieron lo que les mandó a hacer. Y vaya si no Dios cumplió su promesa.

¿Has estado adorando con dudas en tu corazón? Descansa en la autoridad de Jesús, descansa es que él está contigo siempre.

Entre la enfermedad y la sanidad, testifica del amor de Dios. 
Entre la escases y la provisión, habla de la provisión de Dios. 
Entre la duda y la promesa, comparte de Dios. 

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