No conecté con mi audiencia… y la culpa fue mía
La imagen que ves tiene dos historias. Una no es más alegre que la otra. Hoy te quiero contar la menos triste.
Lo que ha ayudado al ser humano a evolucionar es la habilidad de comunicarse. Nos comunicamos con palabras, con gestos, imágenes o sonidos. Desde tiempos antiguos la manera en que nos comunicamos ha servido para construir o destruir, para amar y para odiar. Y una de las claves para la comunicación efectiva es que el receptor esté atento y entienda el mensaje.
El día que me tomaron la foto, me habían pedido hablarle a un grupo de jóvenes entre 16 y 18 años, y acepté el reto con toda emoción. Sin embargo, días antes, empecé a evaluar una situación similar en la que había estado con una audiencia más joven y cómo me había sentido al final de mi charla. Esa vez, sentí que me costó conectar con ellos, que no logré cautivar su atención desde temprano y al final, me sentí frustrado con el resultado.
Esos pensamientos me invadieron a medida que se acercaba la fecha de hablarle a estos jóvenes. El mensaje iba a ser parecido, pero lo tenía adaptado para ellos. Tenía lista mi oración inicial, las preguntas para reflexionar, la llamada a la acción y el cierre de compromiso personal. Pero ese día algo pasó.
No logré conectar con ellos. Sentí que tenía muchos elementos en mi contra. Me sentía incómodo estando al frente, y peor aún, sentía que mi incomodidad y creciente frustración se notaba a medida que pasaban los minutos.
Terminé esa charla 5 minutos antes del tiempo estipulado y con una frustración inmensa. Ha sido una de las experiencias más desgastantes que he tenido en mi carrera como orador y comunicador.
La culpa no fue la de la audiencia y del entorno. La culpa fue mía.
Días después, hablando con un conferencista internacional, me contó una experiencia muy parecida. Lo habían invitado a dar una charla en un estadio con miles de personas, pero justo cuando él subió a plataforma, el equipo técnico empezó a mover cosas atrás de él para instalar los equipos para una banda musical. El conferencista anuló la distracción y se concentró en dar el mensaje que llevaba, logrando conectar con su audiencia y cumpliendo el propósito de la charla.
Fue en ese momento que entendí los errores que había cometido.
Primero, dejé que las experiencias pasadas influenciaran mi ánimo antes de presentarme.
Segundo, dejé que las distracciones del entorno fueran más poderosas que mi mensaje.
Tercero, dejé que mis pensamientos perfilaran a la audiencia, incluso antes de empezar a hablarles.
Y por último, dejé que mis emociones negativas me ganaran la batalla en mi mente. Al inicio me sentía derrotado y así fue como terminé.
Por supuesto que volveré a aceptar una invitación, pero ahora, con las lecciones aprendidas, pondré en práctica los consejos y estrategias para estar enfocado.
- No dejaré que experiencias pasadas socaven mi confianza y capacidad.
- No dejaré que las distracciones del momento tengan importancia a la hora de estar al frente, no les daré espacio en mi mente.
- No encajonaré a la audiencia presente por una pasada, ellos son totalmente diferentes, merecen toda mi atención y esfuerzo.
- No dejaré que las emociones negativas ocupen espacio en mi mente, para dedicárselo a mi audiencia, al mensaje y al momento.